La misteriosa pieza de cerámica mexicana que revela un sentido oculto de "Las Meninas", una de las obras maestras del arte universal
El cuadro de Velázquez, ha sido objeto de numerosas interpretaciones que van más allá de la escena palaciega que parece representar. Una de las claves de esta pintura se encuentra en un detalle que suele pasar desapercibido.

En la obra maestra "Las Meninas", un juego de sombras y espejos que nunca ha dejado de intrigar, un pequeño y hasta ahora bastante desapercibido jarro de barro en el centro del lienzo transforma la obra, una instantánea de la vida palaciega, en un tratado sobre la ilusoria y trascendental naturaleza de la existencia.
Sin este objeto de arcilla se marchita el misterio de la obra, que ha atrapado la atención de los observadores por más de tres siglos y medio, desde que el pincel de Diego Velázquez la alumbró en 1656.
Para apreciar plenamente cómo
La obra muestra un autorretrato del artista a los 57 años, cuatro años antes de su muerte en 1660 y después de haber pasado las últimas tres décadas como pintor de cámara del rey Felipe IV de España.

En el centro de la pintura, a la izquierda de Velázquez, vemos a la infanta Margarita, hija del rey Felipe IV y Mariana de Austria, flanqueada por un par de damas de servicio.
El resto de estancia tenuemente iluminada del Palacio Real de Madrid se enciende con un grupo variopinto de cortesanos.
A través de una puerta abierta al fondo de la escena, una silueta brumosa, el chambelán de la reina, se dispone a abandonar la pintura, pero no sin antes detenerse a mirarnos, como ansioso de que pudiéramos seguirlo hacia lo desconocido.

Estos aspectos de la obra —la puerta abierta y los rostros reales en el espejo fantasmagórico— han llevado a muchos observadores a sospechar que en el cuadro hay mucho más en acción de lo que el ojo alcanza a ver.
La presencia "ausente" del rey y la reina, que aparecen en el cuadro pero no en la escena, obliga a concluir que es una obra filosófica sobre la sustancia de la
El acertijo de su reflejo asegura que no seamos espectadores pasivos, sino que busquemos activamente comprender en qué parte del mundo se encuentran.
¿Los coloca el espejo donde estamos nosotros, como sujetos de un retrato que Velázquez está pintando?
¿O el espejo está mostrando lo que ya está en ese gran lienzo, del que solo vemos el reverso? Esta segunda opción haría que la imagen en el espejo sea un reflejo imaginario de la superficie de un cuadro imaginario que retrata personajes cuyos paraderos solo podemos imaginar.
"Las Meninas" juega con nuestra mente y nuestra retina.
Por un lado, las líneas de perspectiva del lienzo convergen y arrastran nuestra mirada hacia un punto de fuga, que es la puerta.
Pero por otro, el espejo empuja nuestra atención hacia la parte posterior de la pintura, para evaluar la posible posición de los espectros reales.
Las imágenes de Velázquez tienen un efecto casi psicotrópico en nosotros. Propician un estado casi de trance al que la pintura ha llevado al público generación tras generación.
Quizá estemos describiendo una alucinación o una visión mística antes que una pintura.
Fácil de ignorar en el cruce de perspectivas ópticas, filosóficas y psicológicas que se entreveran en el cuadro, hay un objeto que quizá ofrezca una pista material del efecto pretendido por la alucinógena obra maestra de Velázquez sobre nuestra conciencia:

Conocida como búcaro, esa simple pieza de barro era uno de los objetos de artesanía más codiciados entre los que los exploradores españoles del Nuevo Mundo llevaban de vuelta al viejo en los siglos XVI y XVII.
Según el historiador del arte Byron Ellsworth Hamann, que ha estudiado minuciosamente el origen de muchos de los objetos que aparecen en los cuadros de Velázquez, incluida la bandeja de plata de "Las Meninas",
Una mezcla secreta de especias locales horneadas en la arcilla cuando se fabricó el florero aseguraban que cualquier líquido que contuviera estuviera delicadamente perfumado.
Pero se sabía que el búcaro cumplía otra función más sorprendente.
En los círculos aristocráticos españoles del siglo XVII se convirtió en una especie de moda que las niñas y mujeres jóvenes mordisquearan los bordes de estos jarros de arcilla porosa y lentamente los devoraran por completo.

Por extraño que parezca, consumir arcilla de búcaro era menos peligroso que algunas alternativas contemporáneas, como untarse la cara con una pasta veneciana hecha de plomo, vinagre y agua, que resultaba en envenenamiento de la sangre, pérdida de cabello y muerte.
Pero la ingestión de arcilla de búcaro también causaba la reducción peligrosa de glóbulos rojos, parálisis de los músculos y la destrucción del hígado.
La mujer dice que le tomó "un año completo" librarse "de este vicio", pero que el efecto narcótico le provocaba visiones que le permitieron "ver a Dios con mayor claridad".
Cuando mapeamos los efectos fisiológicos y psicotrópicos de la dependencia del búcaro en el rompecabezas de "Las Meninas", la pintura adquiere un significado nuevo y quizás incluso más inquietante.

Además, podemos ver que el pincel de Velázquez
Fantasmal en su palidez, la Infanta también parece levitar desde el suelo, un efecto logrado por la sombra que el artista inserta bajo la basta de su vestido en forma de paracaídas.
Incluso los padres de la Infanta,
De repente, vemos a "Las Meninas" como lo que es, no solo una instantánea de un momento, sino una meditación sobre la evanescencia del mundo material y la inevitable evaporación del yo.
A lo largo de sus casi cuatro décadas de servicio a la corte, Velázquez fue testigo de la disminución gradual del dominio de Felipe IV. El mundo se le escapaba.
El búcaro, un trofeo de hazañas coloniales y un poder imperial menguante,
El búcaro ancla ingeniosamente la escena confusa y, al mismo tiempo, está directamente implicado en su confusión.
Simultáneamente físico, psicológico y espiritual en sus implicaciones simbólicas, el búcaro es un ojo de cerradura a través del cual se puede vislumbrar y desbloquear el significado más profundo de la obra maestra de Velázquez.

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